Patricia Díez: “El perdón germina en la familia”

La falta de relación interpersonal real y el aumento de una relación virtual (más ideal) han favorecido el miedo al error, a la equivocación, a mostrar una imagen de uno mismo que no cumpla con los estándares sociales, y “han aumentado los cuadros de depresión, ansiedad, la necesidad de aprobación, el culto al cuerpo e incluso la incapacidad para ser asertivo por miedo al rechazo”, afirma Patricia Díez Deustua, doctora en Psicología, psicóloga clínica y terapeuta familiar en la Unidad Multidisciplinar de Asistencia a la Familia (UMAF).

Esta profesora de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC) vive en Sant Cugat del Vallés, es madre de familia con doce hijos, y considera, en esta entrevista con Omnes, que en el contexto que cita “vuelve a cobrar importancia el concepto de perdón como base de las relaciones humanas. Pedir perdón y perdonar son formas de amar aplicables a cualquier sociedad”.

¿Qué se necesita para comprender el perdón?

-Entender quién es la persona y cómo se manifiesta. Todas las personas nos manifestamos ante los demás y ante el mundo a tres niveles: un nivel cognitivo, uno afectivo y uno conductual. Es decir, a través de nuestra manera de pensar, de sentir o de comportarnos definimos cómo somos. A eso le llamamos personalidad. Una cosa es quién soy y otra cómo me comporto.

¿Y qué entendemos por ofensa?

-La ofensa hace referencia a un mal moral que es sentido por un sujeto como una transgresión a su persona, comportando cierto grado de malestar en aquel que la padece.

En este sentido, la ofensa puede ser objetiva o subjetiva, porque puede ser fruto de la interpretación que el sujeto realiza sobre unos hechos o podría basarse en sensaciones, por ejemplo. Una persona puede tener intención de ofender a otra y sin embargo no ofenderla porque su plano afectivo no ha sido alterado después de la supuesta ofensa.

Podría ser el caso de un niño pequeño que piensa que por decirle a su madre que no se piensa subir los calcetines podría llegar a ofenderla; o bien la típica situación contraria, en el que un WhatsApp es interpretado como ofensivo cuando no pretendía serlo porque se ha interpretado la intencionalidad o el tono en el que se escribía.

Tiene un impacto emocional…

-Correcto, para que algo me ofenda significa que ha alterado mi plano afectivo. La ofensa es un mal que es sentido, me duele, me ofende, me afecta de algún modo de forma negativa, me transgrede. De no existir esa transgresión, ese impacto emocional negativo, no podríamos estar hablando de perdón porque nada me estaría ofendiendo. La ofensa hace referencia a esta afectación negativa que impacta en el ofendido: “el yo se siente herido”, afectado negativamente por algo, que la razón interpreta como malo. Por tanto, cuando hablamos de perdón interpersonal tres son los elementos a tener en cuenta: la ofensa, el ofensor y el ofendido.

Patricia Díez con su marido e hijos

El perdón nace de quien se siente ofendido…

-Sí, el que tiene la posibilidad de perdonar o no el mal recibido por su ofensor. Es decir, cuando alguien ofende, el que tiene el poder de iniciar un proceso de perdón es la persona ofendida: un mal externo me afecta y yo soy el responsable de reparar, reestablecer o de hacer algo al respecto o decidir no hacerlo; la pelota ahora está en mi tejado sin haberlo decidido.

Esta reflexión es sin duda interesante porque hay que tomar conciencia de que el perdón nace del sujeto ofendido y que por lo tanto no necesita del arrepentimiento de su ofensor para que se dé, aunque sin duda, resulte más fácil. Yo puedo decidir perdonar, como sujeto libre que soy con independencia de la actitud de mi ofensor y liberarme del mal que me condiciona mi estado emocional.

Defíname el perdón.

-Existe consenso en cuestiones tales como que el perdón es un acto libre de la voluntad; no se perdona por error o sin querer; trata de reducir los sentimientos negativos resultado de la ofensa a la vez que promueve sentimientos positivos y de buenas motivaciones hacia el ofensor. Hallamos consenso en implicar la benevolencia como parte del proceso.

Podríamos definir el perdón como un acto de amor, entendido como una toma de postura ante una persona y ante un mal que se nos presenta; se elige querer a la persona, pero no al mal cometido. En este sentido, el que perdona reconoce el mal y lo valora como tal, pero no iguala la acción mala con el sujeto que la comete, sino que es capaz de ver en él una persona digna de ser amada a pesar de sus errores.

Como toma de postura, queremos referirnos a que, si bien nace de un acto de decisión libre y voluntario de querer perdonar, es posible que ese acto deba ser renovado cuando los afectos negativos aparezcan. Es por lo que en psicología en vez de acto se habla del proceso del perdón, porque requiere un tiempo.

Se habla de varios procesos en el perdón.

-Worthigton diferencia dos procesos necesarios para que el perdón se dé, aunque no sean en el mismo tiempo. Por un lado, describe un proceso cognitivo, una toma de decisión de querer perdonar al otro (Decisional Forgiveness) y, por otro lado, un proceso emocional. Es decir, el corazón tiene su tiempo y si bien puedo decidir perdonar en un momento determinado, no siempre que se decide resulta fácil, el daño todavía podría producir malestar (Emotional Forgiveness).

¿Qué papel juega la parte afectiva de la persona?

-Los afectos tratan del impacto que tienen sobre mí el mundo y las cosas que suceden en él, por tanto, surgen ante cualquier circunstancia.

No solamente tienen un carácter subjetivo (a cada uno le afectan las cosas de una determinada manera) sino que, además, no elegimos la magnitud de cómo me afecta. Lo que es propio de la persona –como ser racional y diferente del animal– es, precisamente, dirigir ese afecto con la razón y sopesar las circunstancias concretas que le envuelven. Al animal le corresponde responder directamente al afecto: tengo hambre, como; tengo sueño, duermo; estoy enfadado, ataco, etc., porque se mueve en un marco instintivo de conducta. La persona tiene la capacidad de poseerse y de gestionar sus afectos hacia la conducta más prudente.

Yo no decido cómo o cuánto me afectan las cosas, pero sí decido qué hacer con ese afecto y así consigo controlarlo, disminuirlo, aumentarlo, etc. Por tanto, cobra enorme importancia la capacidad de saber diferenciar hechos de sensaciones, lo objetivo de lo subjetivo, la persona ofensora de su ofensa, etc.

Se distingue entre la persona y sus actos.

Cuando una persona perdona a otra le está comunicando que vale más que sus actos, que vale más que sus errores y que lo que vale es digno de ser amado. La persona vale siempre, sus actos no. En otras palabras: el valor de las personas es absoluto, el de sus actos, relativo. Por eso, el perdón es la forma más perfecta de amar pues devuelve bien al recibir un mal. Perdonar implica un cambio de mirada al ofensor, pasando a ser una mirada benevolente sin restarle realismo al mal cometido. Esa es la razón por la que el perdón no está reñido con la justicia. El mal debe ser reparado y tal reparación puede ser, incluso, exigida por el ofendido al concebir que en la reparación se le está haciendo un bien al que cometió la ofensa. Es el caso de las madres de familia que, habiendo perdonado a su hijo por una travesura, sin embargo, les exigen ir al cuarto a refl exionar o les abstienen de algún premio.

Dígame algo que ayude a comprender.

-El que se sabe frágil es más capaz de comprender el error de los demás. La empatía es una de las variables que se ha demostrado que podrían condicionar (que no determinar) el perdón. Es decir, hace falta saberse frágil para comprender la fragilidad del otro. Y entonces es cuando podríamos afi rmar que es de justicia perdonar a la vez que podría ser de justicia querer que reparen la ofensa. En este sentido, perdonar, como dicen los autores, no es olvidar o condonar. Si una persona roba a otra, la situación podríamos decir que exige tanto el perdón del ofendido como la reparación del ofensor, aunque no sea necesaria para que el perdón ocurra.

Además, el perdón es un proceso…

-Imagínese por un momento que usted decide perdonar a su socio que ha llevado a pique la empresa que dirigían entre los dos. Toma la decisión de querer perdonarle y cree incluso haberlo logrado. Pero también es posible que al pasar por su casa reviva los sentimientos que en su día le ofendieron. Eso no depende directamente de nadie. Es en ese momento en el que uno tiene que renovar la decisión de perdonar, pero el proceso empezó ya con la primera decisión.

El proceso que empieza con una decisión finaliza con la paz, tanto con el ofensor como con la ofensa; la ofensa ya no me ofende y soy capaz de sentir afecto positivo hacia mi ofensor. Perdonar no es olvidar la ofensa sino olvidar el dolor que me ha producido; es poder pensar en ella sin sentirme afectado por ella porque logré tener paz. El perdón lleva a una posible reconciliación en donde la relación sale fortalecida.

Un mensaje que desearía trasladar.

-Hace falta una cultura del perdón, de unidad que venza con las rupturas, la soledad, las ansiedades, etc.; hay que rehabilitar una cultura en la que las personas crezcan y se desarrollen con la vivencia de ser amados incondicionalmente, con independencia de los errores que pueda cometer. La semilla de esa cultura, tan necesaria para la salud psíquica y espiritual de la sociedad se cultiva en la familia.

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